lunes, 27 de agosto de 2012

Justicia

 

Llevo un buen rato pensando y aun no recuerdo porque estoy pegando a este tipo. Llevo un buen rato y los nudillos me empiezan a mandar alertas de dolor al cerebro, pero qué más da, que se jodan ellos y que se joda él. Me regalo en los detalles, los detalles lo son todo. El exabrupto de la ceja abierta de par en par, la sutilidad con que le agarro la cara con una mano y hundo mi puño con la otra, una y otra y otra vez, como el que machaca un filete de carne correoso para enternecerlo. La sangre me salpica con una violencia casi maleducada y me pone perdida la chaqueta, por un momento pienso en lo mucho que me va a costar sacar esas manchas, cosa que me cabrea y me hace pegar con más fuerza. Por segundos solo oigo los latidos de mi corazón y mi respiración entrecortada, acoplo mis golpes de ariete a su ritmo y me siento bien conmigo mismo, siempre me llenó de paz la perfección geométrica y harmónica de las cosas.

En uno de los mazazos que machacan la cara del pobre desgraciado noto la reacción a la acción del anillo de mi dedo anular contra uno de sus incisivos, y también noto un crack seco que me indica que la acción ha podido a la reacción y que le acabo de romper un diente. Todavía le quedan 31, puedo continuar. Intento que la montaña russa de adrenalina que recorre mis músculos me deje pensar con claridad por un momento, pongo el piloto automático y sigo machacando la cara a esta plastilina con ojos. Después de unos segundos en los que tengo claro que no voy a recordar quién es esa masa cárnica a la que estoy dando forma de cenicero decido que no me importa una mierda.

No me importa su nombre, no me importa su trabajo, no me importa su familia, no me importa si dejó de mearse en la cama a los 9 o si echó su primer polvo a los 16. Me da igual. Y me da igual no por cualquier cosa, si no porque este tipo hoy va a ser todos los jefes que no tienen huevos de mirar a la cara de sus trabajadores cuando los despiden sin razón mientras reciben cheques bajomano de amigos para amigos. Esta noche este bastardo va a ser todos esos hijos de la gran puta que mantienen su estatus de vecino modelo y padre de familia mientras pasan sus “reuniones de empresa” en Filipinas follándose a niños pequeños por deporte. Este pobre desgraciado va a ser todos esos maricones de mierda que se creen muy machos pegando a sus mujeres porque son suyas. Todos los políticos corruptos que han llevado a la ruina y han hundido en la miseria a tantas y tantas familias trabajadoras mientras esnifan coca en fiestas privadas con billetes de 500 en forma de canutillo. Los de derechas, los de izquierdas, los del centro y los del padentro. Los va a ser todos y cada uno de ellos. Torturadores, violadores, especuladores, antisemitas, racistas, fachas, dictadores, corruptos, negreros, mafiosos, xenófobos, proxenetas. Hoy es mi día de furia y no va a quedar uno vivo.

Cuando vuelvo del vahído me veo desollándome los nudillos contra una masa informe esparcida contra la acera donde antaño hubo un hombre. Es obvio que ese hombre este donde este, ya no es aquí. Me lleva un rato parar de golpear y sigo mezclando mi sangre con la suya por minutos. Como asegurándome de que ese charco que tengo delante no se va a levantar y se va a revelar contra mí. Con calma me incorporo, la escena es cuasi poética. Me enciendo un cigarrillo que saco de su gabardina, inhalo el humo con la serenidad que me da una noche en calma, y me dirijo a mi apartamento mientras me empiezo a vendar el puño con tela que he rasgado de su camisa antes de irme. Pienso en que pasaré por la cuarta para comprar un pack de 6 Miller y comida china para llevar, me sentaré en mi sofá a ver la mierda que echen en la tele y a esperar a que la policía venga a por mí.

Un trabajo bien hecho Mc Hartigan. La rabia vive, el desconocido muere. Me parece justo.







The Darkness/ Hot Cakes

 
 
 

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