Henry paseaba
esa mañana por el camino de piedra que había en medio del parque que estaba
junto al río. Tranquilo, caminando despacio, iba rumiando quejumbrosamente pasajes
de su vida. Su madre se encargaba cada día de recordarle que fue fruto de la
nada, allá donde otros niños emergían del amor, el había emergido de un condón
pinchado y el elevado precio de permitirse un aborto, ser pobre a veces tiene
sus ventajas. Su padre los había abandonado cuando él solo era un crio por,
según palabras textuales de su madre, una puta barata de pechugas descomunales,
es curioso como su madre no tenía reparo en decir puta pero no utilizaba la
palabra tetas. Su hermana cambiaba de novio con extrema facilidad, a veces
estaba con Jaco, otras con Perico, pero siempre estaban ahí sus amigas Farlopa
y Nieves esas noches en que llegaba llorando, con el rímel corrido y las bragas
por los tobillos. Era una chica muy sociable, Henry nunca entendió bien bien que
estaría buscando ese día que se tiro del puente. Para más inri la señorita
Matilde le tenía manía, lo había mandado ya tres veces esta semana al despacho
del director por dibujar esos dibujos tan extraños en las horas de plástica. Ni
que el color negro fuese un mal color para dibujar un cementerio, que no le
hubiese pedido dibujar qué habían hecho ese verano, el que culpa tenía!!!
Mientras
navegaba por este mar de fotogramas Henry oyó un sonido detrás de un roble
bastante grande que lo sacó de su ensimismamiento. Paró atención esperando
etiquetar mejor la naturaleza del sonido cuando este volvió a irrumpir en la
paz del ambiente. En esta segunda ocasión filtró mejor aquello que le llegó al oído,
si no estaba equivocado era un ladrido de perro, y por el tono agudo incluso dictaminó
que el emisor de tal estruendo se trataba un cachorrito. Con curiosidad pero no
sin guardar sigilo Henry volteó el tronco del árbol y efectivamente se encontró
lo que esperaba. Mirándolo con la cabeza ladeada y ojitos cristalinos se
encontró un cachorrito de Chiguaga Toy color canela metido en una caja sin
tapa. Extrañado por el hallazgo Henry miro a un lado y al otro del parque,
escudriñando tanto los alrededores como la periferia del mismo en busca de
alguien a la huida a quien poder asignar la autoría de tal abandono. Pero nada,
allí no había nadie. Mientras buscaba al posible dueño del animalito el
cachorro por su cuenta acaba de decidir quién era su dueño. Se puso sobre sus
dos patitas posteriores y con las pezuñas sobre la pierna de Henry empezó a
lamerle la punta de la mano que le colgaba. Henry por su cuenta se arrodillo
ante él y se quedó mirándolo con la cabeza ladeada hacia su derecha a modo simétrico
al perrito, seguramente por osmosis, a lo que el perrito respondió con un
repentino lametón en la cara del niño. Tirándose hacia atrás del susto con el
cachorro aun en las manos, espalda contra hierva, Henry susurró: Te llamaré
Tomate!
Desde entonces
Henry y Tomate fueron inseparables. El perro se acostumbró a seguir al niño
allá donde este fuese. En el colegio Henry dejaba a Tomate en el terreno de al
lado del edificio y por la ventana de su clase podía ver como el perro no se
movía de su sitio mirándole como intentaba llevar a cabo aquellos difíciles problemas
de garbanzos y guisantes. Las tardes en las que la madre de Henry le dejaba en
casa de la señora Gertrudis para que le cuidase mientras ella iba a atender sus
recados a casa del jefe de policía, este escondía a tomate en su bolsa del
bocadillo y se lo llevaba consigo. Más tarde los dos veían la tele de
escondidas en el salón en vez de hacer los deberes tal y como le había ordenado
la vecina antes de meterse en su cuarto a echar la siesta de las 15:30.
Con el paso de
las semanas la unión entre el perro y el chico trascendía las etiquetas
mascota-amo. Cuando la madre de Henry le reñía por haber roto algo, o le reñía
por dictamen de las 5 latas de cerveza encima de la mesa que le susurraban que
había roto algo, Tomate inmediatamente aparecía en escena haciendo alguna trastada
menor llevándose la culpa y con ello la atención de la ira de la madre. Por el
contrario cuando la madre recluía a Tomate en la despensa sin cena por obra y
gracia de la inquisición dictatorial, Henry se bebía 4 vasos de agua seguidos
justo antes de ir a dormir, para despertarse a media noche con ganas de mear e
ir a dar algo de comer a su cánido amigo, el cual lo recibía con saltos y
lametones de alegría.
Para aquel
entonces Henry ya había dejado de utilizar el color negro para sus dibujos, y
por alguna extraña razón que se le escapaba también había dejado de visitar el
despacho del director. Los días trascurrían rápidos entre el colegio y las
tardes en el parque con Tomate, tirándole palos que iba raudo a recoger,
incluso aunque el palo fuese tres veces más grande que el perro, los acaba
trayendo arrastras igual. La tónica de las noches era la de ellos dos durmiendo
en la cama de Henry, donde el can se acurrucaba en la parte posterior de las
rodillas del niño bajo la manta, en busca del calor humano de su amo.
El pequeño
Henry amó a ese cachorro con toda su alma.
Una mañana de
noviembre, cruzando la calle para ir al colegio, un camión espachurro a Tomate delante
de Henry de la forma más inconcebiblemente brutal que se pueda imaginar, dejando
un charco de sangre enorme y todas las vísceras a la vista.
(…)
El Comiconsejo
del día es:
… efectivamente,
la vida es una mierda… you better get used to it soon, boy!
PJ Harvey/ In
the dark places
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