martes, 1 de octubre de 2013

Hasta que lo pierdes


 
Jhonny parecía perdido en esas paredes que tantas veces habían contenido los rayos gamma de sus explosiones nocturnas al apretar el nitro, tanto de él como de los chicos. Los muchachos le hablaban en la lejanía pero las palabras le llegaban abotargadas a su cerebro, focalizado en ese momento en otras lindes, en otro tiempo. Voy a dar una vuelta chicos, ahora os pillo.

Habían pasado años desde que no pisaban esos pasillos angostos, esas escaleras amantes de sus pies rebeldes, esos balcones que antaño parecían flotar sobre las llamas, llamando a la lujuria y al baile desenfrenado. Había pasado todo y nada, y el tiempo se hizo elástico cual chicle de fresa ante los ojos de Jhonny ahora que volvía a sentir la ausencia de oxigeno pío en el ambiente. Sintiendo las desconchadas paredes bajo las yemas de sus dedos, repasando los surcos dejados por el hollín de tantas noches erradas en esa jaula de sueños, en esa maicena de ruidos inconexos donde había perdido la cuenta de las veces que se le había abierto el corazón. Parado, musitante, se detuvo un instante a disfrutar del espectáculo.

Desde esa esquina podía visualizar esa orgía de cuerpos libérrimos poseídos por la desazón existencial que tantas veces él mismo había experimentado. Pudo verse en cada uno de esos cuerpos y reconocerse en cada rincón de la infernal sala, distintos años, distinto peinado, distinta ropa, similar actitud tercio chulesca, tercio arrogante, tercio beoda, 100% patética. Todos ellos confluyendo a la vez en una misma canción, en su mente, en ese instante. Podía verlos a todos, todos ellos reales y a la vez tan distantes, tan lejanos, casi caricaturescos. Cuál de ellos sería el verdadero Jhonny? Ni lo sabía ni le importaba, prosiguió su particular Road Trip por la senda de la melancolía repasando huellas solo visibles bajo la luz negra de su memoria. Etiquetando oscuridades escondidas, ángulos muertos, manchas en el suelo de las terrazas, clasificando pedazos de él esparcidos por lo largo y ancho de esa cueva, según los años, las compañías, las conquistas, los despechos, los triunfos y las derrotas.

Reparó en los nuevos huéspedes de su catedral, y pronto los tachó de no dignos de sus ancestrales leyendas grabadas a base de medios cubatas caídos en las piedras que erigían el templo. Ellos no sabían dónde estaban, ni siquiera lo intuían, solo profanaban la historia de los fantasmas de su memoria con su sola presencia.

Al bajar a la sala principal entre desaires de tristeza Jhonny levantó la mirada para buscar a su gente, cuando de repente la visión del todo colapsó su iris de golpe. Esa imagen velada que albergaba su retina de la masa sudorosa, agitante, feliz, a movimientos slow motion dictados por una luz espasmódica casó con lo que estaba viendo ahora mismo ante sus propios ojos, con lo que allí estaba acaeciendo. El sexo se podía oler en el ambiente, la línea del bajo de la canción irradiada por el dj desde su cabina marcaba los golpes de cadera que tiraban de los cuerpos hacia arriba, los vasos en mano alzada regaban el deseo literal que allí se exhumaba. Deseo de libertad, deseo de felicidad, deseo de amor, deseo de vida, deseo de eternidad y de juventud. Todos ellos mezclados, agitados y jodidamente revueltos.

Entonces lo comprendió, ese ya no era su sitio, era el de ellos, les pertenecía igual que en algún momento le perteneció a él y los suyos. Y comprenderlo le llenó de una paz interior que no había experimentado en mucho tiempo. Estaba feliz de ver que el lugar prevalecía a la gente, que la magia tenía vida, era un ente propio y habitaba en esas paredes, en esos lavabos, en esas escaleras. Y que parte de esa magia se retroalimentaba y seguía viva en cada uno de ellos, en sus recuerdos, mucho después incluso de abandonar el lugar, y de que el lugar les abandonase a ellos.

 


 
… Jhonny abrió los ojos y se incorporó en la cama de su habitación. Era media tarde de verano. Había vuelto de uno de sus particulares “viajes al futuro” como a él le gustaba llamarlos. Era una técnica que su abuelo le enseñó tiempo atrás y que solía utilizar para apreciar de una forma extrema y brutal cada detalle de las cosas más insignificantes de su vida. Se tumbaba en su habitación, relajaba la mente focalizando su mirada en un horizonte irreal, a tientas en la oscuridad, y se adentraba en un futuro que él mismo dibujaba a su alrededor. El abismo de su oníria podía llegar a ser tan absoluto que pasaba a ser incluso imperceptible para él mismo. Su futuro dejaba de ser un sueño, para pasar a ser su nuevo presente. El salto era tan real y la hipersensorialidad tan profunda que al despertarse, Jhonny tenía la absoluta sensación de, no haber viajado al futuro, sino haber despertado en el pasado. Esa sensación le permitía valorarlo TODO de una forma totalmente distinta, con la sensación de estar teniendo una nueva oportunidad para disfrutarlo TODO de nuevo. Tal como le gustaba repetirse a sí mismo: “Uno nunca sabe lo que tiene hasta que lo pierde”. Pues él se obligaba a perderlo, para poder recuperarlo de nuevo, y entender así el regalo del tiempo.

 


… por eso esta noche cuando fuese al Club con los chicos, el lugar volvería a pertenecerles. Que se preparasen esas cuatro paredes, porque estaba de vuelta… y la noche iba a acontecer!!!

 


 
Kings of Leon/ Temple
 
 
 
 
 

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