Todos
arregladitos y muy monos. Con las mejores galas que esos deformes cuerpos que
dios les había dado se podían permitir. Embutidos en sus telas brillantes con doble
costura, conteniendo todos los estragos que una vida de descuido para con uno
mismo había hecho en sus horribles siluetas. Chillones, feos, bajitos, gordos,
ruidosos, mocosos, estrábicos, toda una suerte de desfile de mutantes del
submundo sentados a mi alrededor, correteando a mi alrededor, entonando sus
quejumbrosas tonadillas a mi alrededor, ensuciando mi aire y riendo con
deleznable histrionismo a mi alrededor. Los odiaba a todos. Los detestaba a
todos casi tanto como me llegaba a detestar por estar ahí entre ellos, jugando
su juego, siguiendo sus reglas, como si sus reglas me importaran una mierda.
Por lo demás
era una boda preciosa, todo hay que decirlo, de preciosa que era me estaban
entrando hasta arcadas. Hubiera sido nuestra boda perfecta. De no ser porque no
lo era. Era la boda perfecta de ella con él. Y yo un perfecto invitado. De no ser porque tampoco lo era.
Lo nuestro
podría haber sido el hecho real del basado
en un hecho real de “Noviembre Dulce”, “Un paseo por las Nubes”, “El Diario
de Noa”, o cualquier otro pastel de azúcar recalcitrante de los que te pudren
las muelas en el segundo cero, que Hollywood hubiese tenido a bien parir. O al
menos eso es lo que yo solía pensar en medio de la vorágine de moving
sentimental al que nos arrastrábamos mutuamente solo para ver cuánto podíamos
llegar a sufrir. Pura diversión sadomaso que casi se nos lleva la vida. Como
unos Amantes de Teruel que juegan a asfixiarse los corazones con bolsas de
plástico a ver quien aguanta más sin oxigeno. Solo que al final no es
divertido. El Síndrome de Estocolmo lo inventaron Romeo y Julieta fijo.
Quinientos
euros el traje de Hugo Boss. Tres cientos euros la camisa de Valentino.
Doscientos cincuenta los zapatos de Prada. Pensaba dárselos todos al primer
vagabundo que viese cuando saliese de allí, no quería volver a verlos ni en
pintura, de hecho ya me repugnaba llevarlos, pero no iba a darle el gusto de verme
como un zarrapastroso cualquiera. Es lo que siempre me echó en cara, pues
mírame, voy mejor que ese pelele que tienes a tu lado. En medio de toda esa
chusma no pensaba ser diferente de ellos, ese día no, me repugnan todos, aunque
no los conociese, pero ese día iba a ser otra cucaracha asquerosa con traje que
sonríe y come jamón recién cortado con huevos de codorniz en panecillos. Que
majo el tío que corta el jamón por cierto, de cucaracha a cucaracha, lástima
que también le odie. Me puse hasta el culo de jamón, seré un ser amargado, pero
no imbécil.
Laura y Javier
me vigilaban de cerca. Ellos me habían convencido para venir, más por amistad
que por convicción. Querían que estuviese tanto como temían que lo hiciese. De
hecho en su fuero interno querían “el concepto” de mí, no a mí propiamente.
Querían una utopía, la utopía de que el grupo seguía siendo grupo, la utopía de
que el tiempo no pasa y nada se estropea, querían nuestros yos de 2006. Y si mi
presencia allí les hacia volver a pensar que estábamos en 2006, quien era yo
para decirles que era 25 de Abril de 2013. Así que salí de mi cueva, me
encorseté en mi repugnante traje de marca y allí estaba, de nuevo en 2006, esquivando pamelas y
papagayos y dándole capones al niño de delante, por feo, porque no era el mío y
porque sí, que coño.
Ana estaba
radiante, la hijadeputa. Ni en mis mejores sueños cuando me imaginaba
llevándola al altar mientras me giraba dedo en ristre al personal diciendo,
joderos es mía. Pues no se jodieron mucho, no. Y él, bueno el no era yo, que
supongo que es todo lo que ella necesitaba. Nunca llegué a odiarlo mucho porque
realmente nunca llego a interesarme mucho su cara. Sé que no era feo porque
nunca oí vomitar a ninguna chica que pasase a su alrededor. En realidad la cosa
no iba de él. Nunca fue de él. Más bien iba de cómo las amebas mueren de dos en
dos y yo ni siquiera sabía lo que era una ameba.
Sofía me había
estado explicando el día de antes todos los detalles de la ceremonia, supongo
que para darme a entender que como se me pasase por la cabeza joder algo me cortaba las pelotas. Se ve que llevaba meses dejándose la piel en esta boda, a menos eso es lo que creí
escuchar entre mis pensamientos de gasolina y mechero. Ceremonia al aire libre,
lectura de votos nupciales, pica pica en el jardín, convite en el interior,
jueguecitos entre platos para darles los regalos a los novios, tarta de mil
pisos, barra libre, dj pachanguero para la familia primero y dj molón para
nosotros después, bla bla bla y mil veces bla. Olvidé casi todo lo que me decía
segundos después de entrar por mis oídos. Casi todo.
Íbamos ya por
el segundo plato de la noche cuando un gesto de Sofía indicó al dj que debía
poner la 2º canción del cd que les había dejado preparado. Era la canción que
estuvimos escuchando non-stop durante todo aquel viaje a Ibiza que hicimos al
final de primero de carrera. No recordaba cual era el nombre del grupo, solo sé
que encontramos aquella cinta de cassette metida en la radio del coche que
alquilamos en el aeropuerto y nos gusto como sonaba. Después un amigo común de
la zona nos explicó que era un grupo autóctono que se dedicaba a dejar copias
de su álbum en los coches de renting a modo de promoción. Uno de los mejores
veranos de nuestra vida, sin duda. El horizonte Balear es mucho mas azul y la
noche tiene mucha más magia, de eso tampoco hay duda.
Pensaba en
todo ello desde la terraza del hotel donde nos habíamos hospedado. Salí a
fumarme un pitillo, no me apetecía estar dentro mientras montaban el numerito de
los sobres. Es lo que indicaba la canción de Sofía. Tal como me había estado explicando
el día anterior, cuando sonase la canción era el turno de nuestro regalo. Había
montado una especie de gincana absurda dejando sobres debajo de las sillas de
cada uno de los invitados. A la orden de Sofía todos debíamos mirar nuestros sobres,
la mayoría vacios, pero aleatoriamente algunos de ellos contendrían pistas para
averiguar el número de la cuenta corriente donde habíamos ingresado la pasta
del regalo. Los recién pichoncitos deberían adivinar entonces quién tenía las
pistas y quien no y descifrarlas con ayuda del respetable. Típico de Sofía. No
podía simplemente darles la pasta y gritar felicidades!!! Eso hubiese sido
demasiado fácil.
Miré al
horizonte mientras le daba las últimas caladas a mi cigarro. No era el balear
pero tampoco estaba mal. Puede que al final ese no fuese a ser un mal día.
Un grito que
llegó desde el salón cortó el hilo de mis pensamientos, seguido de un bullicio
ensordecedor. Al parece alguien con demasiada información había cambiado los
sobres por otros con una foto en su interior. La misma foto en todos los
sobres. Una foto donde se podía ver a la novia en una actitud nada cristiana
con su anterior pareja.
Por los gritos
constaté lo que ya me temía. Ana debía haber hablado a su novio, a su familia, a
la familia de su novio, de su ex. Debió haberles hablado de mí. Pero sobretodo
debió decirles…
… que soy una
mujer.
Pobre Sofía, el juego de
los sobres había sido una mala idea. Pero contármelo había sido una idea aun
peor.
Kavinsky/ Outrun
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